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Sabremos hasta qué punto la ciudad está viva...

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José Saramago , Ensayo sobre la lucidez

Como peces de colores...

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El perro cojo

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Con una pata colgando, despojo de una pedrada, pasó el perro por mi lado, un perro de pobre casta. Uno de esos callejeros, pobres de sangre y estampa. Nacen en cualquier rincón, de perras tristes y flacas, destinados a comer basuras de plaza en plaza. Cuando pequeños, qué finos y ágiles son en la infancia, baloncitos de peluche, tibios borlones de lana, los miman, los acurrucan, los sacan al sol, les cantan. Cuando mayores, al tiempo que ven que se fue la gracia, los dejan a su ventura, mendigos de casa en casa, sus hambres por los rincones y su sed sobre las charcas. Qué tristes ojos que tienen, que recóndita mirada como si en ella pusieran su dolor a media asta. Y se mueren de tristeza a la sombra de una tapia, si es que un lazo no les da una muerte anticipada. Yo le llamo: psss, psss, psss. Todo orejas asustadas, todo hociquito curioso, todo sed, hambre y nostalgia, el perro escucha mi voz, olfatea mis palabra

Luis Chamizo, "La nacencia"

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Balcón de Europa

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Tarifa tiene las calles pintadas de amarillo … ¿O es ocre? No sé. Tarifa no es bonita… ¿O sí lo es? Tarifa es una anciana , bonita en sus andares , en su porte regio de dama entre las damas. Tarifa es una niña que juega con el mar . Una niña con la carita sucia y el pelo rubio despeinado. Tarifa: “balcón de Europa” , escribió alguien en uno de los muros pintados de ocre o cáscara de huevo de la mayoría de sus edificios. Tarifa balcón hacia Marruecos . Tarifa con los ojos muy abiertos , muy abiertos, de noche. Cuando las luces en ese otro lado se encienden . Cuando los mundos parecen tan bellos , tan iguales , tan cerca .

Un boceto para nada...

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Poe...

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<< (…) después, todo no es más que locura , la locura de una memoria que se agita entre cosas abominables >> . Edgar Allan Poe , El pozo y el péndulo

Comptine d'un autre été: l'après-midi...

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El hombre sin brazos

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      Al hombre sin brazos lo verás en la calle. En cualquier calle de cualquier gran ciudad. Yo lo vi en París la última vez que fui. Y me dio miedo. Porque el hombre sin brazos va medio desnudo y es enero. Porque sujeta un vaso de plástico con los dientes. Y lo mueve. Lo zocotrea haciendo sonar las cuatro monedas que lleva dentro. Como una esquila cansina. Lo zocotrea mientras gruñe. No habla. No sé si habla. Solo gruñe. Y se me acerca sin brazos, a mí, que me cruzo con él en esa calle. Y me da miedo su esquila de plástico y céntimos. Su boca grande hecha de gruñidos. Su cuerpo mutilado. Y aprieto el paso. No quiero sentir el frío de esos brazos que no existen. No quiero escuchar su voz ahogada por un vaso de limosnas. Y huyo. Lola García de Luna   Este relato apareció publicado, por primera vez, el día 1 de octubre de 2013 en el número 9 de la  Revista Literaria Monolito

La leyenda del espantapájaros

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