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El hombre sin brazos

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      Al hombre sin brazos lo verás en la calle. En cualquier calle de cualquier gran ciudad. Yo lo vi en París la última vez que fui. Y me dio miedo. Porque el hombre sin brazos va medio desnudo y es enero. Porque sujeta un vaso de plástico con los dientes. Y lo mueve. Lo zocotrea haciendo sonar las cuatro monedas que lleva dentro. Como una esquila cansina. Lo zocotrea mientras gruñe. No habla. No sé si habla. Solo gruñe. Y se me acerca sin brazos, a mí, que me cruzo con él en esa calle. Y me da miedo su esquila de plástico y céntimos. Su boca grande hecha de gruñidos. Su cuerpo mutilado. Y aprieto el paso. No quiero sentir el frío de esos brazos que no existen. No quiero escuchar su voz ahogada por un vaso de limosnas. Y huyo. Lola García de Luna   Este relato apareció publicado, por primera vez, el día 1 de octubre de 2013 en el número 9 de la  Revista Literaria Monolito

La leyenda del espantapájaros

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Hasta el día 21...

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Gift

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      Sin más palabras...

Siendo feliz...

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Anónima...

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Todos los viajes

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Todos los viajes buscan el cielo. Los pasos de un caminante transforman los paisajes en catedrales. Cada vez que un autobús partió en mis días, la luz tuvo instantes de vidriera. Viajo para morir vívidamente. Viajo porque los aviones son altares de silencio donde se lee mejor que en cualquier otro sitio. En el movimiento de un coche por la noche de una carretera hay criptas de asfalto hechizado. Y los cafés en los rincones de las ciudades lejanas suenan como los tréboles de cuatro hojas de las iglesias románicas. Viajo para que mi pensamiento tenga las alas abiertas como una gaviota. Mi sueño es que no haya un solo paso en mi vida que no sea viajado, incluso los que doy en mi ciudad. Un día mi destino cabrá, entero, en esta palabra: peregrinación. Cuando parto, mi espíritu se vuelve un mantel de lino. Cuando vuelvo, tengo un rosetón en lugar de corazón. Gabriel Magalhães

Literatura...

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El valle de los cerezos

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  Una mañana, muy temprano, el Valle del Jerte se cubrió de flores blancas . De las flores más blancas que ningún ojo haya jamás visto. Un año esperando, y resultó aquella mañana. Yo las vi hermosas , dotadas de una belleza exultante , casi provocadora. En el Valle del Jerte las flores blancas son las reinas de aquel mundo . Reinas presumidas que gustan de atraer la atención de los visitantes. Reinas soberbias flanqueadas por montes arañados de terrazas: por cascadas cuyas aguas caen desde solo Dios sabrá dónde; por piedras gigantes de formas extrañas que incitan al visitante a dar un paso más, a acercarse un poco más a aquellas aguas… Otra mañana, otra noche quizá, las flores blancas reinas y hermosas morirán como nacieron: en medio del silencio, en mitad de la esperanza. Cuando eso suceda , el valle de los cerezos dormirá un sueño que durará más de trescientos días… hasta que el blanco vuelva a pintarlo de nuevo entero. Hasta que su reina regrese a