Pintor de sombras (VI)

Caravaggio, "Magdalena penitente"
Caravaggio, Magdalena penitente (1596 - 1597)
Óleo sobre lienzo
122,5 x 98,5 cm
Roma, Galleria Doria Pamphili 


Se llamaba monseñor Pandolfo Pucci.

Le ofrece casa y comida. Lo admira. Ve en él la frescura, la rebeldía, la novedad que al anquilosado mundo del arte le faltaba desde hacía tanto tiempo.

Apuesta por él y lo hace fuerte.

A cambio, Michelangelo solo tendrá que realizar copias de las obras piadosas que monseñor Pucci le encarga para el convento capuchino de su pueblo: Racanati; y pasar muchas horas en libertad que aprovechará para pintar lo que le viene en gana: es de este momento su Muchacho mordido por un lagarto, inspirado en el Retrato de su hijo Asdrúbal, picado por un cangrejo que Sofonisba de Anguissola había dibujado al carboncillo y él había visto una vez en Cremona: y es desde este momento desde el que no habrá marcha atrás en la historia de la pintura.

No la habrá.

Que Caravaggio hace una cosa que no se había hecho hasta ahora: pinta un instante. Uno.

Uno solo.

Ese en el que el dolor atraviesa cada resquicio de la mano del joven. Ese en el que se muestra al dolor más unido que nunca al amor en los dedos de un chiquillo de hombros desnudos y flor blanca enredada en los cabellos que seguramente se prostituye.

Luego vendrán el Muchacho pelando una frutaMuchacho con cesto de frutasConcierto de jóvenes o Los MúsicosNaturalezas muertasTañedor de laúd y la Magdalena penitente.

Hasta que, tres años y tantas obras maestras más tarde, se marcha de la casa de su protector sin que nadie sepa en realidad muy bien por qué. Y volverá a la pobreza. Y a su vagar por las calles romanas. Otra vez.

       Vagaremos también nosotros con él, si quieres, mañana...

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